El amor transcurre inventándose, se puede besar tan
profundamente como a millones de años luz. Es ese segundo que pasa de la
absoluta cólera y angustia al encantador juego de los dulces besos y caricias.
Es oler despacio y tiernamente un perfume, es dejarse
besar, dejarse hacer y entregarse, es ser uno o más, fusionados.
Es eso que antes no te dejaba dormir y ahora es un
susurro suave de cosas tontas, ahora hay una tensión, una intención, algo que
no se dice pero se vive en el cuerpo entero.
Es una mujer insinuando, alzando el borde de su falda,
desafiando el peligro, la opción de no encontrarse, quedándose vacía con una
inmensa sed, quemándose como una vela sobre la mesa.
Es preguntarse qué hubiera pasado si no nos hubiéramos
encontrado, si no hubiéramos pasado esa noche entre sábanas casi sin hablar,
como adolescentes, entregados en camas que huelen a noche.
Es cuando se siente que se está eligiendo algo
verdadero.
Es sentir que cuando estamos juntos creamos un mundo de
libertad, todo es sabor, jugos esenciales, perfumes, instante animal, oler el
silencio de la piel.
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